sábado, 19 de diciembre de 2009

martes, 24 de noviembre de 2009

Aitor Acilu Fernandez


Aitor Acilu, este joven vitoriano de 24 años está realizando su Proyecto Fin de Carrera a la vez que lo compatibiliza con su trabajo como profesor ayudante de la asignatura "Analisis de Formas I" en el primer curso de Arquitectura. Ante la entrevista se presenta ilusionado y contento, no es para menos pues recientemente ha recibido el primer premio en el concurso de ideas para el Fuerte de San Cristobal de Pamplona.

-¿Por qué elegiste estudiar arquitectura?

No fue una eleccion dificil, siempre me ha gustado dibujar e inventar.Creo que todo viene por parte de mi abuelo que era carpintero-ebanista y con el cual pase muchas tardes acompañandole en sus que haceres. Lverdad es que esta, era la carrera que mas cumplia con mis necesidades. Ademas tenia gran interes por aprender, ya que aunque me gustara muc
ho, no tenia apenas idea de dibujo...

-¿Y por qué Pamplona? ¿Te gusta Navarra?

En un principio fue mas una elleccion en cuanto a la calidad de la enseñanza que de lugar, pero desde el primer momento me he sentido muy agusto de convivir con la gente de Pamplona. He aprendido mucho de la gente y la verdad es que me he sentido muy bien acogido, especialmente por la gente de Ucar (en cuyo equipo de fútbol juego). Se nota diferencia en la manera de ser con respecto de la gente a donde soy, pero lo que esta claro es que el navarro es de una nobleza increible

-¿Has terminado la carrera? ¿En que curso estás?


Me encuentro en pleno desarrollo del proyecto fin de carrera y a su vez lo compagino con practicas en un estudio de pamplona, la especialidad de Medioambiente y Paisaje y estoy como alumno colaborador en el departamento de proyectos, en la asignatura de Analisis de Formas.

-¿Cuánto tiempo llevas colaborando en el departamendo de la asignatura de Análisis de Formas?


Con este son 5 los años que llevo como colaborador, pero en la signatura de Análisis este es el tercero.

-¿Cómo comenzaste de alumno colaborador?

Me entere por una compañera que se necesitaban ayudadantes para la asignatura y no dude en ir a preguntar. Se trata de una actividad de la que se aprende mucho de arquitectura pero lo mas importante, es formarse como persona.

-Los chavales te tienen que ver como a un señor ya, ¿qué tal el trato con los chavales? ¿Alguna situación graciosa, de miedo...?


La verdad, es que me siento integrado entre ellos, trato de ser cercano a ellos,...al fin y al cabo no hace tanto yo estaba en su lugar. Creo que el binomio ayudante-alumno tiene que ser de total confianza para poder lograr los objetivos que se pretenden. En mi opinion no solo hay que confiar en el profesor como persona con conocimientos magnificos, tambien hay que poner confianza en el alumno,creer en el y en que va a lograr lo

-¿Haces algo más a parte de tus estudios y colaborar en esta asignatura?

Sí, como ya he comentado, hago practicas en un estudio de arquitectura y estudio la especialidad de paisajismo impartida en la escuela.


-¿Cómo haces para llegar a tantas cosas?

Creo que gran parte de la culpa de que llege a todo es de mi inseparable agenda negra que me acompaña en todo momento.

-¿Cuales son tus planes de futuro? ¿Tienes intención de seguir en Pamplona?

Por el momento me encuentro observando las distinas posibliadades que me depara el futuro,...

-¿Y el doctorado? ¿Te atrae la idea de hacer un d
octorado?

Me resulta una posiblidad muy sugerente. La idea de investigar y descubrir nuevos caminos siempre me ha resultado atractiva, además creo que en el ambito de la arquitectura la profesion debe ir ligada a la docencia e investigacion para que exista un estar al dia.

-¿Algunas de tus aficiones a parte de la Arquitectura?

El deporte, principalmente el futbol, pero tambien el squas, frontenis,...;La fotografia; La cocina moderna; Una buena pelicula ; Y porque no, un paseo por la orilla del mar...

Entrevistas a un compañero

Guillermo Erroba, 22 años, Pamplona


-¿Por qué elegiste estudiar Publicidad y RR.PP?

Normalmente las carreras se eligen con algún tiempo de antelación, pero en mi caso fue todo un poco precipitado y a última hora. Un día normal de colegio, a finales de curso, me crucé con un profesor y me preguntó por la carrera que iba a escoger. Yo le contesté que todavía no lo tenía muy claro y él me dijo: "pues fíjate que yo te veo estudiando publicidad". En ese momento no le di mucha importancia pero al cabo de unos días cayó en mis manos una guia sobre las carreras de la Universidad de Navarra y me interesé por los contenidos de esta carrera. Para mi sorpresa, la mayoría de asignaturas me atrajeron mucho. También hay que decir que era una profesión (más la de publicista que la de relaciones públicas) que conectaba con mi personalidad y gustos pero, como he comentado al principio, fue una decision un poco repentina. Sin embargo, no me arrepiento de ninguna manera.

-¿Qué es para tí la publicidad?

Para mi es la técnica de hacer sorprendente lo cotidiano, de buscar nuevos puntos de vista para hacer atractivo lo inadvertido. Para eso hay que saber de todo, empaparse de lo que te rodea, aunque la mayoría de las veces sea simplemente para huir de las convenciones y evitar lo que ya existe. Para mi la publicidad es también sinónimo de
relación, mejor dicho, de buena relación y todo lo que esto conlleva. Es además una práctica que debe hacerse con mentalidad largo plazista y sin olvidar que evoluciona al ritmo en que lo hace la sociedad y, por lo tanto, nunca hay que desentenderse de enriquecer los conocimientos.

-¿Por qué elegiste la Universidad de Navarra?

Porque en mi carrera es de las universidades que más prestigio y reconocimiento tiene. Además soy de Pamplona y por lo tanto me salía económicamente mejor.

-¿No te arrepientes de haberte quedado aquí?

La verdad es que no porque he conocido a mucha gente nueva e interesante aunque a veces sí que me hubiera gustado poder tener las experiencia de haber vivido en un piso de estudiantes.

-¿Volverías a hacer esta carrera?

Sí, desde luego. Es cierto que cuando llegas a primer curso dices: ?¿y esto qué es?, ¿para qué quiero saber historia o asignaturas con nombre tan raro como T.C.I si yo a lo que he venido es a hacer anuncios?. No obstante , con una perspectiva más general después de habre pasado por todas esas asignaturas te das cuenta de la necesidad que tenían. A pesar de todo siempre he dicho que se echan en falta asignaturas en las que te explique a manejar los programas de diseño. Es como si a ún medico no le enseñaran a hacer un incision en un cuerpo ¿por qué? ¿Eso es algo que deben aprender por su cuenta?.

-¿Y cómo ves el futuro?

De momento desde la Universidad, jeje. La verdad es que un poco crudo por la crisis actual que estamos viviendo. Probablemente continue un año o dos estudiando Diseño Gráfico, Dirección Artística o mejorando el ingles. A no ser que tenga suerte y me esté esperando una empresa con los brazos abiertos al acabar la carrera, que lo dudo. Lo que
sí tengo claro es que, ante todo, quiero desempeñar la profesión por la que he estudiado y pagado (bueno, mis padres) tantos miles de euros.

-¿Alguna anecdota graciosa durante la carrera?

Me quedé dormido mi primer día de clase. Siempre me he preguntado si esto tiene alguna doble lectura.

martes, 17 de noviembre de 2009

BODEGA OTAZU




Visitamos esta tarde una de las bodegas más espectaculares de Navarra, es un conjunto arquitectónico, artístico y vinicola destacado dentro de las bodegas españolas. La visita es muy recomendable, pues se puede disfrutar del mundo del vino dentro de un paisaje destacable, con la peña de Etxauri al fondo y rodeada de viñedos.




Se trata de una bodega que combina perfectamente la construcción tradicional con la nueva arquitectura, creando un marco muy agradable para el desarrollo del mundo del vino, disfrutar de los aromas y el frescor del vino. En este espacio se respira un ambiente calmado y de silencio, muy agradable y apropiado para las bodegas, realmente es muy espectacular.



Además de la visita por la bodega, pudimos disfrutar de la cata y el mundo de los aromas y el vino, donde no solo participa el gusto, sino que también es necesario la visión del color y saber apreciar los distintos aromas.




lunes, 16 de noviembre de 2009

Iñaki Bergera Photography



Iñaki Bergera (Vitoria, 1972) es Arquitecto (1997) y Doctor (2002) por la ETSAN. Becado por la Fundación ‘la Caixa’, se graduó con premio extraordinario en el Master in Design Studies de la Universidad de Harvard (2002). Ha sido profesor de Proyectos en la ETSAN (1997-2007) y la Europea de Madrid (2007-2009), profesor visitante en la Architectural Association de Londres (2000), así como crítico invitado (2001) y profesor asistente (2002) en Harvard. Fotógrafo de naturaleza y montaña desde 1995, ha obtenido premios y accésits y ha publicado fotografías en revistas nacionales e internacionales. Imparte proyecciones audiovisuales así como seminarios y talleres de fotografía. En 2001 realizó un curso de fotografía en blanco y negro en la School of Visual Arts de Harvard, impartido por el fotógrafo británico Chris Killip. La labor fotográfica desarrollada durante esta prolongada estancia en Estados Unidos quedó reflejada en la exposición individual “Fragmentos de arquitectura” en la Fotogalería Iruña (marzo 2005) y, completada durante otras estancias en ese país, en la exposición “América, Paisaje Urbano” organizada por el Ayuntamiento de Pamplona en otoño de 2006. En 2008 presenta una nueva exposición individual en la Fundación Metrópoli de Madrid. Actualmente compatibiliza su trabajo en el despacho Beguiristain Bergera Arquitectos con la investigación, la docencia de Proyectos Arquitectónicos en la Universidad de Zaragoza y su pasión por la fotografía.

PREMIOS
-Tercer finalista en la XIII edición del Certamen Internacional de Diapositivas de Montaña 'Memorial Maria Luisa'. Oviedo, enero 2003.
-Primer Premio de la modalidad de Diapositivas en la XXII edición del Concurso Fotográfico de Montaña de Pamplona. Diciembre 2002.
-Seleccionado para la exposición del Concurso ‘Desnivel’ de diapositivas de montaña ‘2002 el año de las montañas’. Madrid, noviembre/diciembre 2002.
-Segundo Premio del Concurso ‘Pyrenaica’ de Diapositivas de Montaña. Bilbao, enero 2001.
-Primer Premio de la modalidad de Fotografía en la XIX edición del Concurso Fotográfico de Montaña de Pamplona. Diciembre 1999.
-Tercer Premio de la modalidad de Diapositivas en la XVI edición del Concurso Fotográfico de Montaña de Pamplona. Diciembre de 1996

He elegido este fotógrafo porque fue profesor mío, y desde que me enteré que se dedica a la fotografía además de la arquitectura he seguido su trabajo. Iñaki Bergera realiza sobretodo trabajos para revistas sobre arquitectura o montaña como temas principales. También destaca entre su obra sus fotos en blanco y negro. También ha realizado varias exposiciones de su obra en Pamplona.


Las fotos de paisajes destacan porque son sencillas pero las luces y colores les dan fuerza, juega con la saturación de estos.

Esta imagen, como en otras muchas que tiene, juega con el doble sentido de los anuncios publicitarios dentro del contexto de la ciudad.



Las imágenes de las ciudades americanas, juega mucho con la verticalidad de las grandes construcciones, es un elemento que atrae la atención. Y en las fotografías en blanco y negro sabe medir muy bien la luz para que se puedan percibir bien los distintos elementos.

Por ultimo pongo una imagen correspondiente a un proyecto suyo, que tiene una gracia visual al combinar los colores además de ser muy sencilla.



martes, 10 de noviembre de 2009

martes, 27 de octubre de 2009

REGLAS DE LA FOTOGRAFÍA

1-SENCILLEZ


2-EQUILIBRIO


3-LINEAS


4-ENCUADRE


5-REGLA DE LOS TERCIOS


6-RELACIÓN FIGURA FONDO

El cuento de Navidad de Auggie Wren

PAUL BENJAMIN EXPLICA A SU AMIGO AUGGIE WREN QUE LE HAN ENCARGADO UN CUENTO PARA EL PERIODICO. PARA AYUDARLE, AUGGIE LE NARRA COMO CONSIGUIO LA CAMARA DE FOTOS CON LA QUE, DESDE HACE AÑOS, FOTOGRAFIA EL TIEMPO DESDE LA ESQUINA DE SU TIENDA DE TABACOS. ES LA HISTORIA DE UNA BUENA ACCION: PASAR LA NOCHEBUENA CON UNA POBRE VIEJECITA QUE LE CREE SU NIETO


Le oí este cuento a Auggie Wren. Dado que Auggie no queda demasiado bien en él, por lo menos no todo lo bien que a él le habría gustado, me pidió que no utilizara su verdadero nombre. Aparte de eso, toda la historia de la cartera perdida, la anciana ciega y la comida de Navidad es exactamente como él me la contó.

Auggie y yo nos conocemos desde hace casi once años. El trabaja detrás del mostrador de un estanco en la calle Court, en el centro de Brooklyn, y como es el único estanco que tiene los puritos holandeses que a mí me gusta fumar, entro allí bastante a menudo. Durante mucho tiempo apenas pensé en Auggie Wren. Era el extraño hombrecito que llevaba una sudadera azul con capucha y me vendía puros y revistas, el personaje pícaro y chistoso que siempre tenía algo gracioso que decir acerca del tiempo, de los Mets o de los políticos de Washington, y nada más.

Pero luego, un día, hace varios años, él estaba leyendo una revista en la tienda cuando casualmente tropezó con la reseña de un libro mío. Supo que era yo porque la reseña iba acompañada de una fotografía, y a partir de entonces las cosas cambiaron entre nosotros. Yo ya no era simplemente un cliente más para Auggie, me había convertido en una persona distinguida. A la mayoría de la gente le importan un comino los libros y los escritores, pero resultó que Auggie se consideraba un artista. Ahora que había descubierto el secreto de quién era yo, me adoptó como a un aliado, un confidente, un camarada. A decir verdad, a mí me resultaba bastante embarazoso. Luego, casi inevitablemente, llegó el momento en que me preguntó si estaría dispuesto a ver sus fotografías. Dado su entusiasmo y buena voluntad, no parecía que hubiera manera de rechazarle.

Dios sabe qué esperaba yo. Como mínimo, no era lo que Auggie me enseñó al día siguiente. En una pequeña trastienda sin ventanas abrió una caja de cartón y sacó doce álbumes de fotos negros e idénticos. Dijo que aquélla era la obra de su vida, y no tardaba más de cinco minutos al día en hacerla. Todas las mañanas durante los últimos doce años se había detenido en la esquina de la Avenida Atlantic y la calle Clinton exactamente a las siete y había hecho una sola fotografía en color de exactamente la misma vista. El proyecto ascendía ya a más de cuatro mil fotografías. Cada álbum representaba un año diferente y todas las fotografías estaban dispuestas en secuencia, desde el 1 de enero hasta el 31 de diciembre, con las fechas cuidadosamente anotadas debajo de cada una.

Mientras hojeaba los álbumes y empezaba a estudiar la obra de Auggie, no sabía qué pensar. Mi primera impresión fue que se trataba de la cosa más extraña y desconcertante que había visto nunca. Todas las fotografías eran iguales. Todo el proyecto era un curioso ataque de repetición que te dejaba aturdido, la misma calle y los mismos edificios una y otra vez, un implacable delirio de imágenes redundantes. No se me ocurría qué podía decirle a Auggie, así que continué pasando las páginas, asintiendo con la cabeza con fingida apreciación. Auggie parecía sereno, mientras me miraba con una amplia sonrisa en la cara, pero cuando yo llevaba varios minutos observando las fotografías, de repente me interrumpió y me dijo:

-Vas demasiado deprisa. Nunca lo entenderás si no vas más despacio.

Tenía razón, por supuesto. Si no te tomas tiempo para mirar, nunca conseguirás ver nada. Cogí otro álbum y me obligué a ir más pausadamente. Presté más atención a los detalles, me fijé en los cambios en las condiciones meteorológicas, observé las variaciones en el ángulo de la luz a medida que avanzaban las estaciones. Finalmente pude detectar sutiles diferencias en el flujo del tráfico, prever el ritmo de los diferentes días (la actividad de las mañanas laborables, la relativa tranquilidad de los fines de semana, el contraste entre los sábados y los domingos). Y luego, poco a poco, empecé a reconocer las caras de la gente en segundo plano, los transeúntes camino de su trabajo, las mismas personas en el mismo lugar todas las mañanas, viviendo un instante de sus vidas en el objetivo de la cámara de Auggie.

Una vez que llegué a conocerles, empecé a estudiar sus posturas, la diferencia en su porte de una mañana a la siguien- te, tratando de descubrir sus estados de ánimo por estos indicios superficiales, como si pudiera imaginar historias para ellos, como si pudiera penetrar en los invisibles dramas encerrados dentro de sus cuerpos. Cogí otro álbum. Ya no estaba aburrido ni desconcertado como al principio. Me di cuenta de que Auggie estaba fotografiando el tiempo, el tiempo natural y el tiempo humano, y lo hacía plantándose en una minúscula esquina del mundo y deseando que fuera suya, montando guardia en el espacio que había elegido para sí. Mirándome mientras yo examinaba su trabajo, Auggie continuaba sonriendo con gusto. Luego, casi como si hubiera estado leyendo mis pensamientos, empezó a recitar un verso de Shakespeare.

-Mañana y mañana y mañana -murmuró entre dientes-, el tiempo avanza con pasos menudos y cautelosos.

Comprendí entonces que sabía exactamente lo que estaba haciendo.

Eso fue hace más de dos mil fotografías. Desde ese día Auggie y yo hemos comentado su obra muchas veces, pero hasta la semana pasada no me enteré de cómo había adquirido su cámara y empezado a hacer fotos. Ese era el tema de la historia que me contó, y todavía estoy esforzándome por entenderla.

A principios de esa misma semana me había llamado un hombre del New York Times y me había preguntado si querría escribir un cuento que aparecería en el periódico el día de Navidad. Mi primer impulso fue decir que no, pero el hombre era muy persuasivo y amable, y al final de la conversación le dije que lo intentaría. En cuanto colgué el teléfono, sin embargo, caí en un profundo pánico. ¿Qué sabía yo sobre la Navidad?, me pregunté. ¿Qué sabía yo de escribir cuentos por encargo?

Pasé los siguientes días desesperado, guerreando con los fantasmas de Dickens, O. Henry y otros maestros del espíritu de la Navidad. Las propias palabras «cuento de Navidad» tenían desagradables connotaciones para mí, en su evocación de espantosas efusiones de hipócrita sensiblería y melaza. Ni siquiera los mejores cuentos de Navidad eran otra cosa que sueños de deseos, cuentos de hadas para adultos, y por nada del mundo me permitiría escribir algo así. Sin embargo, ¿cómo podía nadie proponerse escribir un cuento de Navidad que no fuera sentimental? Era una contradicción en los términos, una imposibilidad, una paradoja. Sería como tratar de imaginar un caballo de carreras sin patas o un gorrión sin alas.

No conseguía nada. El jueves salí a dar un largo paseo, confiando en que el aire me despejaría la cabeza. Justo después del mediodía entré en el estanco para reponer mis existencias, y allí estaba Auggie, de pie detrás del mostrador, como siempre. Me preguntó cómo estaba. Sin proponérmelo realmente, me encontré descargando mis preocupaciones sobre él.

-¿Un cuento de Navidad? -dijo él cuando yo hube terminado-. ¿Sólo es eso? Si me invitas a comer, amigo mío, te contaré el mejor cuento de Navidad que hayas oído nunca. Y te garantizo que hasta la última palabra es verdad.

Fuimos a Jack's, un restaurante angosto y ruidoso que tiene buenos sandwiches de pastrami y fotografías de antiguos equipos de los Dodgers colgadas en las paredes. Encontramos una mesa al fondo, pedimos nuestro almuerzo y luego Auggie se lanzó a contarme su historia.

-Fue en el verano del setenta y dos -dijo-. Una mañana entró un chico y empezó a robar cosas de la tienda. Tendría unos diecinueve o veinte años, y creo que no he visto en mi vida un ratero de tiendas más patético. Estaba de pie al lado del expositor de periódicos de la pared del fondo, metiéndose libros en los bolsillos del impermeable. Había mucha gente junto al mostrador en aquel momento, así que al principio no le vi. Pero cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo, empecé a gritar. Echó a correr como una liebre, y cuando yo conseguí salir de detrás del mostrador, él ya iba como una exhalación por la avenida Atlantic. Le perseguí más o menos media manzana, y luego renuncié. Se le había caído algo, y como yo no tenía ganas de seguir corriendo me agaché para ver lo que era.

»Resultó que era su cartera. No había nada de dinero, pero sí su carnet de conducir junto con tres o cuatro fotografías. Supongo que podía haber llamado a la poli para que le arrestara. Tenía su nombre y dirección en el carnet, pero me dio pena. No era más que un pobre desgraciado, y cuando miré las fotos que llevaba en la cartera, no fui capaz de enfadarme con él. Robert Goodwin. Así se llamaba. Recuerdo que en una de las fotos estaba de pie rodeando con el brazo a su madre o su abuela. En otra estaba sentado a los nueve o diez años vestido con un uniforme de béisbol y con una gran sonrisa en la cara. No tuve valor. Me figuré que probablemente era drogadicto. Un pobre chaval de Brooklyn sin mucha suerte, y, además, ¿qué importaban un par de libros de bolsillo?

Así que me quedé con la cartera. De vez en cuando sentía el impulso de devolvérsela, pero lo posponía una y otra vez y nunca hacía nada al respecto. Luego llega la Navidad y yo me encuentro sin nada que hacer. Generalmente el jefe me invita a pasar el día en su casa, pero ese año él y su familia estaban en Florida visitando a unos parientes. Así que estoy sentado en mi piso esa mañana compadeciéndome un poco de mí mismo, y entonces veo la cartera de Robert Goodwin sobre un estante de la cocina. Pienso qué diablos, por qué no hacer algo bueno por una vez, así que me pongo el abrigo y salgo para devolver la cartera personalmente.

»La dirección estaba en Boerum Hill, en las casas subvencionadas. Aquel día helaba, y recuerdo que me perdí varias veces tratando de encontrar el edificio. Allí todo parece igual, y recorres una y otra vez la misma calle pensando que estás en otro sitio. Finalmente encuentro el apartamento que busco y llamo al timbre. No pasa nada. Deduzco que no hay nadie, pero lo intento otra vez para asegurarme. Espero un poco más y, justo cuando estoy a punto de marcharme, oigo que alguien viene hacia la puerta arrastrando los pies. Una voz de vieja pregunta quién es, y yo contesto que estoy buscando a Robert Goodwin.

»-¿Eres tú, Robert? -dice la vieja, y luego descorre unos quince cerrojos y abre la puerta.

»Debe tener por lo menos ochenta años, quizá noventa, y lo primero que noto es que es ciega.

»-Sabía que vendrías, Robert -dice-. Sabía que no te olvidarías de tu abuela Ethel en Navidad.

»Y luego abre los brazos como si estuviera a punto de abrazarme.

»Yo no tenía mucho tiempo para pensar, ¿comprendes? Tenía que decir algo deprisa y corriendo, y antes de que pudiera darme cuenta de lo que estaba ocurriendo, oí que las palabras salían de mi boca.

»-Está bien, abuela Ethel -dije-. He vuelto para verte el día de Navidad.

»No me preguntes por qué lo hice. No tengo ni idea. Puede que no quisiera decepcionarla o algo así, no lo sé. Simplemente salió así, y de pronto, aquella anciana me abrazaba delante de la puerta y yo la abrazaba a ella.

No llegué a decirle que era su nieto. No exactamente, por lo menos, pero eso era lo que parecía. Sin embargo, no estaba intentando engañarla. Era como un juego que los dos habíamos decidido jugar, sin tener que discutir las reglas. Quiero decir que aquella mujer sabía que yo no era su nieto Robert. Estaba vieja y chocha, pero no tanto como para no notar la diferencia entre un extraño y su propio nieto. Pero la hacía feliz fingir, y puesto que yo no tenía nada mejor que hacer, me alegré de seguirle la corriente.

»Así que entramos en el apartamento y pasamos el día juntos. Aquello era un verdadero basurero, podría añadir, pero ¿qué otra cosa se puede esperar de una ciega que se ocupa ella misma de la casa? Cada vez que me preguntaba cómo estaba, yo le mentía. Le dije que había encontrado un buen trabajo en un estanco, le dije que estaba a punto de casarme, le conté cien cuentos chinos, y ella hizo como que se los creía todos.

»-Eso es estupendo, Robert -decía, asintiendo con la cabeza y sonriendo-. Siempre supe que las cosas te saldrían bien.

»Al cabo de un rato empecé a tener hambre. No parecía haber mucha comida en la casa, así que me fui a una tienda del barrio y llevé un montón de cosas. Un pollo precocinado, sopa de verduras, un recipiente de ensalada de patatas, pastel de chocolate, toda clase de cosas. Ethel tenía un par de botellas de vino guardadas en su dormitorio, así que entre los dos conseguimos preparar una comida de Navidad bastante decente. Recuerdo que los dos nos pusimos un poco alegres con el vino, y cuando terminamos de comer fuimos a sentarnos en el cuarto de estar, donde las butacas eran más cómodas. Yo tenía que hacer pis, así que me disculpé y fui al cuarto de baño que había en el pasillo. Fue entonces cuando las cosas dieron otro giro. Ya era bastante disparatado que hiciera el numerito de ser el nieto de Ethel, pero lo que hice luego fue una verdadera locura, y nunca me he perdonado por ello.

»Entro en el cuarto de baño y, apiladas contra la pared al lado de la ducha, veo un montón de seis o siete cámaras. De treinta y cinco milímetros, completamente nuevas, aún en sus cajas, mercancía de primera calidad. Deduzco que eso es obra del verdadero Robert, un sitio donde almacenar botín reciente. Yo no había hecho una foto en mi vida, y ciertamente nunca había robado nada, pero en cuanto veo esas cámaras en el cuarto de baño, decido que quiero una para mí. Así de sencillo. Y, sin pararme a pensarlo, me meto una de las cajas bajo el brazo y vuelvo al cuarto de estar.

No debí ausentarme más de unos minutos, pero en ese tiempo la abuela Ethel se había quedado dormida en su butaca. Dema- siado Chianti, supongo. Entré en la cocina para fregar los platos y ella siguió durmiendo a pesar del ruido, roncando como un bebé. No parecía lógico molestarla, así que decidí marcharme. Ni siquiera podía escribirle una nota de despedida, puesto que era ciega y todo eso, así que simplemente me fui. Dejé la cartera de su nieto en la mesa, cogí la cámara otra vez y salí del apartamento. Y ése es el final de la historia.

-¿Volviste alguna vez? -le pregunté.

-Una sola -contestó-. Unos tres o cuatro meses después. Me sentía tan mal por haber robado la cámara que ni siquiera la había usado aún. Finalmente tomé la decisión de devolverla, pero la abuela Ethel ya no estaba allí. No sé qué le había pasado, pero en el apartamento vivía otra persona y no sabía decirme dónde estaba ella.

-Probablemente había muerto.

-Sí, probablemente.

-Lo cual quiere decir que pasó su última Navidad contigo.

-Supongo que sí. Nunca se me había ocurrido pensarlo.

-Fue una buena obra, Auggie. Hiciste algo muy bonito por ella.

-Le mentí, y luego le robé. No veo cómo puedes llamarle a eso una buena obra.

-La hiciste feliz. Y además la cámara era robada. No es como si la persona a quien se la quitaste fuese su verdadero propietario.

-Todo por el arte, ¿eh, Paul?

-Yo no diría eso. Pero por lo menos le has dado un buen uso a la cámara.

-Y ahora tú tienes tu cuento de Navidad, ¿no?

-Sí -dije-. Supongo que sí.

Hice una pausa durante un momento, mirando a Auggie mientras una sonrisa malévola se extendía por su cara. Yo no podía estar seguro, pero la expresión de sus ojos en aquel momento era tan misteriosa, tan llena del resplandor de algún placer interior, que repentinamente se me ocurrió que se había inventado toda la historia. Estuve a punto de preguntarle si se había quedado conmigo, pero luego comprendí que nunca me lo diría. Me había embaucado, y eso era lo único que importaba. Mientras haya una persona que se la crea, no hay ninguna historia que no pueda ser verdad.

-Eres un as, Auggie -dije-. Gracias por ayudarme.

-Siempre que quieras -contestó él, mirándome aún con aquella luz maníaca en los ojos-. Después de todo, si no puedes compartir tus secretos con los amigos, ¿qué clase de amigo eres?

-Supongo que estoy en deuda contigo.

-No, no. Simplemente escríbela como yo te la he contado y no me deberás nada.

-Excepto el almuerzo.

-Eso es. Excepto el almuerzo.

Devolví la sonrisa de Auggie con otra mía y luego llamé al camarero y pedí la cuenta.

PAUL AUSTER



martes, 6 de octubre de 2009

MAÑANA DE MERCADO

Cazador cazado


Vivimos en un mundo al alcance de un solo click, que fácil es vivir. Pero en lugar de aprovechar todos esos avances para avanzar parece que retrocedemos, nos metemos en nuestras casas, y si, vivimos mas comunicados, pero a través de teclados y pantallas... Más aún con las redes sociales, conocemos las vidas de todos nuestros "amigos" y todo lo que hacen, pero no conocemos a las personas.

Toda esta reflexión surge después de darse una vuelta por el mercado, donde una generación distinta a la nuestra se relaciona como antes, como todos echamos de menos ahora. Las cosas quizás sean más fáciles pero seguro que más frías. Es una contra dicción, pero es así y así es como se vive ahora. En estás fotos he pretendido captar esas sensaciones, la gente tranquila y ajena a lo que pasa alrededor, centrados en sus cosas, pero a la vez aleccionándose de una manera muy cercana con los demás.


De vuelta a casa


Trabajo en equipo


¡Que hambre!


Comprando consejos


Trabajando en silencio


REFLEJOS (revisión)

Aqui subo una revisión de mis fotos de reflejos, despues de lo hablado en clase, recortandola en un caso e invirtiendolo en otro. Es curioso el efecto al darle la vuelta a la imagen, se ve el mundo desde otra perspectiva.




Por otro lado añado alguna foto más sobre reflejos, que son más antiguas, pero que también me parecen interesantes y no pude localizar para el día anterior.